

El fin de semana cruzamos la frontera y disfrutamos unos días espectaculares en Montpellier, todo planificado un día antes de partir. La improvisación le dio un plus, un valor agregado al viaje, todo se transforma en sorpresa.

La primera noche aún estábamos desorientados, nos costó bastante encontrar un hotel. Paseamos por el centro de la ciudad y cenamos en la Crêperie Le Kreisker a pasos de la place de la Comédie. Delicioso galette de coquilles saint jacques y sidra, nostalgia por el año que vivimos en Bretagne, hubiese comido crêpes y galettes cada día, pero había tanto que probar!
Montpellier me pareció una ciudad hermosa y llena de vida, pasear por su centro histórico, detenerse en sus plazas y pequeñas calles, caminar por el Jardin de Plantes o visitar sus mercados son actividades que repetiría encantada.

Uno de los lugares que más me gustó fue el "
Marché des Arceaux", mercado itinerante ubicado al aire libre, debajo del acueducto. Lo visitamos el sábado por la mañana, me impresionó la cantidad de puestos con productos bio, caí rendida frente a los quesos y comí una de las mejores tartas de damascos
(albaricoques) de mi vida.

Con respecto a la oferta gastronómica, Montpellier cuenta con innumerables restaurantes repartidos en el casco antiguo. Como no contábamos con ninguna recomendación, nos dejamos llevar por la intuición al escoger donde sentarnos. Disfrutamos de buenos vinos, ensaladas varias, carpaccios, tártaros y deliciosa crème brulée.
La última noche nos decantamos por las ostras, encontramos una linda terraza, bossa nova en vivo y a disfrutar... Eso es vida.

Alucinante viaje inesperado...